Comentario
Los textos bíblicos como el Éxodo o Isaías advierten a los fieles:
No dañarás a la viuda ni al huérfano. Si eso haces ellos clamarán a mí y yo oiré sus clamores; se encenderá mi cólera y os destruiré por la espada, y vuestras mujeres serán viudas y vuestros hijos huérfanos.
Aprended a hacer el bien, buscad lo justo, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda.
Estas palabras responden a una realidad: la de muchas viudas que en aquellos siglos vivieron en una continua precariedad. Varios factores podían contribuir al desamparo de la viuda y la crisis económica de los siglos XVI y XVII no ayudó precisamente a estas mujeres. Es decir, las viudas, como cualquier otro miembro de aquella sociedad, fueron víctimas de la coyuntura del momento (la 'revolución de los precios', las crisis agrarias y de subsistencia son algunos de los ejemplos de esta difícil coyuntura). Pero las mujeres, y más cuando estaban solas, eran especialmente vulnerables ante procesos económicos duros. Los padrones de las diferentes ciudades de la monarquía hispánica nos hablan de un importante porcentaje de viudas que, como pobres, quedaban eximidas de los impuestos. De hecho, algunos autores indican que en las ciudades, además de los 'pobres de solemnidad', las dos clases mayores de dependientes eran las viudas y el clero.
Pero además, el estado de viudedad partía de una pérdida y, por lo tanto, de una situación que, por lo general, dejaba a la mujer en una posición más precaria que la anterior. Aunque la esposa contribuyese a la economía familiar, el hombre seguía siendo el responsable del mayor aporte de dinero al hogar y, por lo tanto, la muerte de éste suponía una gran pérdida de recursos para la familia. Además de la pérdida de la mano de obra, su 'industria' y su oficio, si el esposo había muerto tras una enfermedad la viuda habría tenido que costear un sin fin de gastos en medicinas, cirujanos y cuidados, sin olvidar las honras fúnebres, misas y entierros. Si del matrimonio habían quedado hijos la viuda tendría además que alimentarlos, criarlos y dotarlos para un futuro casamiento. Y, finalmente, en muchas ocasiones la mujer tuvo que ocuparse de las deudas acumuladas en vida del esposo. Por todos estos motivos, muchos historiadores han concluido que para la gran mayoría de las mujeres de principios de la Edad Moderna enviudar equivalía normalmente al empobrecimiento inmediato.